Autores: Antonio y Carlos Murciano.
Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
"Así mi cuerpo os doy por alimento ..."
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste,
Dios, en el trigo para sacramento.
Y te quedaste aquí, patena viva;
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.
Hostia de nieve, nube, nardo, fuente;
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así sencillamente.
Amén.
Poesia religiosa y profana pero ... poesia al fin y a la postre.
miércoles, 13 de junio de 2012
POEMA A LA EUCARISTÍA
Autor: Pedro Reinaldo Bravo G.
¡Oh Dios! Qué amor tan inmenso
que en la noche del Jueves Santo,
dejaste al mundo como regalo
el augusto Sacramento adorado.
Te entregaste con docilidad el Viernes santo
para dar a la humanidad la redención,
muriendo en la cruz como cordero
nos diste la vida de gracias y bendición.
En el Banquete Sagrado se actualiza
tu inmolación en la cruz por amor,
haciéndote verdaderamente presente
en el pan y vino de la salvación.
Señor ¿cómo siendo grande
estás escondido en la sencillez?
¿Como siendo majestuoso
estas oculto en lo misterioso?.
Sí Señor, estás realmente presente
en el pan y vino consagrado,
sagradas especies que elegiste
para estar siempre a nuestro lado.
Es tu mismo Santísimo Cuerpo y Sangre
que nos congrega a todos sin excepción,
ofreciéndote como alimento verdadero
y darnos la eterna vida de salvación.
¡Oh Cristo! Pan de Vida y consuelo
que en el sagrario te quedas después por amor,
esperando te visitemos con devoción
para elevar con fe nuestra oración.
Qué gran misterio de tu amor Señor,
que te dignaste quedarte con nosotros,
como fortaleza en nuestra vida terrena
y poder estar contigo en la patria eterna.
¡Oh Dios! Qué amor tan inmenso
que en la noche del Jueves Santo,
dejaste al mundo como regalo
el augusto Sacramento adorado.
Te entregaste con docilidad el Viernes santo
para dar a la humanidad la redención,
muriendo en la cruz como cordero
nos diste la vida de gracias y bendición.
En el Banquete Sagrado se actualiza
tu inmolación en la cruz por amor,
haciéndote verdaderamente presente
en el pan y vino de la salvación.
Señor ¿cómo siendo grande
estás escondido en la sencillez?
¿Como siendo majestuoso
estas oculto en lo misterioso?.
Sí Señor, estás realmente presente
en el pan y vino consagrado,
sagradas especies que elegiste
para estar siempre a nuestro lado.
Es tu mismo Santísimo Cuerpo y Sangre
que nos congrega a todos sin excepción,
ofreciéndote como alimento verdadero
y darnos la eterna vida de salvación.
¡Oh Cristo! Pan de Vida y consuelo
que en el sagrario te quedas después por amor,
esperando te visitemos con devoción
para elevar con fe nuestra oración.
Qué gran misterio de tu amor Señor,
que te dignaste quedarte con nosotros,
como fortaleza en nuestra vida terrena
y poder estar contigo en la patria eterna.
domingo, 10 de junio de 2012
SIETE ORACIONES EUCARÍSTICAS
Por Antonio DÍAZ TORTAJADA, Sacerdote-periodista-poeta
1.- MISTERIO.
Señor Jesús:
La Eucaristía don entregado a los hombres
es ―misterio‖ para el hombre que se acerca hasta ti y te recibe.
Es el plan amoroso de Dios sobre los hombres,
manifestado y realizado en ti.
En tu entrega la noche de la Última Cena
te diste todo entero hasta la muerte y muerte de Cruz,
y contigo el Padre nos dio todo lo que podía darnos.
Cuando te recibimos entre nuestras manos
--nuestros ojos contemplan solo pan y solo vino—
nosotros que somos el cuerpo de Cristo
lo que recibimos es nuestro propio misterio.
Desde nuestro Bautismo estamos unidos
indisolublemente a ti
–en ti vivimos, nos movemos y existimos—
y cada Eucaristía refuerza esta unión contigo
y tu, Cristo glorioso que estás en los cielos,
y te haces presente en la Eucaristía,
ya no estás solo,
sino unido a todos tus miembros,
que somos nosotros, los hombres, tus discipulos.
Éste es el sacrificio de los cristianos:
Unidos a Cristo formamos un solo cuerpo.
Este es el sacramento tan conocido de los fieles
que también celebra asiduamente tu Iglesia,
y en el cual se le muestra
que en la oblación y en el sacrificio que ofrece,
ella misma se ofrece.
Tu, Señor, te entregas y nosotros nos entregamos,
nos entregamos mutuamente para ser «una sola carne».
Y eso es lo que ocurre entre tú y nosotros:
La Eucaristía, misterio de amor,
es la entrega mútua entre tú y nosotros,
y la entrega de los dos,
formando un solo cuerpo, al Padre.
Señor Jesús:
Este es el misterio de nuestra fe.
Amén.
2.- PAN Y VINO DE SALVACIÓN.
Señor Jesús:
La noche en que ibas a ser entregado,
tomaste pan
y, después de dar gracias, lo partiste y dijiste:
--Esto es mi cuerpo entregado por vosotros;
haced esto en memoria mía.
Igualmente, después de cenar, tomaste el cáliz y dijiste;
--Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía.
Desde entonces eres el novio de esta fiesta.
Nos sentimos dichosos de ser invitados
al banquete de bodas del Cordero.
Cada vez que nos acercamos a tu mesa
encontramos los creyentes el alimento
que ha de nutrir nuestra existencia.
Es cierto que la Eucaristía
-- presencia de tu cuerpo y sangre en nuestras manos--
es una comida compartida por hermanos
que se sienten unidos en una misma fe.
Es la unión contigo.
Es el alimento que sostiene toda nuestra vida.
Para subsistir,
el hombre necesita comer y beber.
Y este simple hecho,
a veces tan olvidado en nuestra sociedades satisfechas
nos revela que el hombre no se fundamenta a sí mismo
sino que vive recibiendo misteriosamente la vida de ti, Señor.
Nos entregaste todo lo que tú eres en ese gesto sencillo
de darnos un trozo de pan y un vaso de vino:
para levantarnos hasta ti.
Rebajamiento total:
Siendo Dios, te hiciste hombre
Y siendo hombre te hiciste simple materia.
Pan y vino fruto de la tierra y del trabajo solidario del hombre,
ellos nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos
somos un don misterioso
que ha surgido de las manos del Creador.
Señor Jesús:
Estamos perdiendo capacidad
para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano.
Sin embargo,
son estos gestos sencillos y originarios
--entregarnos tu pan y tu vino—
los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas,
que reciben la vida como regalo de Dios.
Brindemos con ellos.
Alcemos nuestra copa de salvación.
3.- ADORACIÓN.
Señor Jesús:
Tu presencia en la Eucaristía comenzó
con tu entrega en la Última Cena
y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Estamos en una actitud de adoración y silencio.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo
que nos comunicas,
queremos llegar al Padre
para decirle nuestro sí unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro…
Tu unes el cielo con la tierra
y tu amor se derrama en toda la creación.
Tú, Jesús, te hiciste hombre,
para reconducir todo lo creado,
en un supremo acto de alabanza,
a Aquél que lo hizo todo de la nada.
Tu Sumo y Eterno Sacerdote:
Al entrar en el santuario eterno mediante la sangre de la Cruz,
devuelves al Creador y Padre la creación entera,
creación redimida por ti.
Lo haces a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia
para gloria de la Santísima Trinidad.
Este misterio de fe devuelve a las manos del Padre
creador de todo, todo lo redimido por ti.
Verdaderamente te adoramos y te alabamos junto con los ángeles.
Que toda nuestra vida sea una constante bendición.
Él pronunció con amor nuestro nombre
desde toda la eternidad.
Él nos hizo existir desde la nada y nos mantiene
a cada instante en el ser,
nos hace crecer y nos conduce hacia la plena realización.
Entrando en tu intimidad,
queremos adoptar determinaciones
y actitudes básicas,
decisiones duraderas,
opciones fundamentales
según nuestra propia vocación cristiana.
Esta opción será nuestro mejor canto
a ese Amor de los amores
que nos posibilita tenerte entre nuestras manos.
Y gracias a ti, Señor Jesús,
nuestra capacidad de silencio y de adoración
se convertirá en capacidad de amar y de servir.
Amén.
4.- CELEBRACIÓN.
Señor Jesús:
Cada vez que tus discípulos nos reunimos
a realizar lo que nos encomendaste
en la Última Cena
efectuamos la humilde celebración de la gloria
de la Trinidad que resplandece
en los diversos caminos del hombre.
La Eucaristía es misterio de fe
y expresión principal de tu presencia
entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo:
Presencia humilde que está confiada
a esos signos sencillos y diarios del pan y del vino,
comida y bebida del más humilde los hombres.
La celebración de tu presencia,
Señor Jesús,
nos convoca en el ―señor de los días‖: El domingo.
Este día recordamos también el triunfo de tu vida
sobre la muerte,
acontecimiento central de nuestra historia.
Este es el día del Señor,
a él la gloria y la alabanza.
El domingo nos lleva
a fijarnos en la primera mañana del mundo y del hombre.
Dios mismo bendijo y santificó este día
porque en él descansó de su trabajo creador
y dirigió una mirada de complacencia
hacia la belleza de su obra.
Señor Jesús:
El misterio de cada Eucaristía
nos lleva al Misterio Pascual.
Éste es la revelación plena del misterio de la creación,
el vértice de la historia de la salvación
y la anticipación del perfeccionamiento definitivo del mundo.
En definitiva:
La nueva creación.
Lo que el Padre obró en la creación
y lo que hizo con su pueblo en el Éxodo,
encontró su cumplimiento
en tu muerte y resurrección;
aunque su realización definitiva sólo se descubrirá
cuando vengas en tu venida gloriosa
al final de los tiempos.
Por eso el día del Señor
se ha convertido en día de Cristo.
Haz que la Eucaristía que nos une cada domingo
constituya, conforme y alimente a la misma Iglesia.
Y el eco semanal
de la primera experiencia del Resucitado
lleve el signo de la alegría
con la que los discípulos acogieron al Maestro.
Que no confundamos la alegría
con sentimientos fatuos de satisfacción o de placer,
que ofuscan la sensibilidad y la afectividad por un momento,
dejando luego el corazón en la insatisfacción y la amargura.
Que cada Eucaristía nos eduque
para que hagamos de la vida una fiesta,
preparación y anticipo de la fiesta final
a la que estamos vocacionados.
Amén.
5.- PROCESIÓN.
Señor Jesús:
En el pan y vino entregado por ti
en la cena pascual,
nos entregaste tu Cuerpo y tu Sangre
para estar con nosotros todos los días,
hasta el fin del mundo antes de subir a una cruz de infamia.
Este pan y este vino es nuestro viático
como caminantes hacia la tierra y el cielo nuevo.
Tu pueblo de Israel vivía como esclavo en Egipto
y Dios decidió liberarlo.
Un día les mandó sacrificar un cordero por familia y comerlo,
para poder iniciar con fuerzas la gran marcha por el desierto.
Les mandó,
también que marcasen sus puertas
con la sangre del cordero,
para que el ángel del Señor no matara a sus primogénitos,
como iba a hacer con los primogénitos de los egipcios.
Ese fue, pues, el cordero de la liberación y de la vida.
Tí, Señor Jesús, también instituiste la Eucaristía
cuando los judíos se disponían a celebrar la Pascua
--fiesta anual que recordaba la liberación--,
y entregaste tu vida en la Cruz
cuando todas las familias judías
estaban matando los corderos para la cena pascual.
Con eso quisiste decirnos que tu eres el Cordero
que, con tu muerte,
nos da la verdadera libertad y la vida definitiva.
Y la Eucaristía es la cena pascual auténtica,
el maná que libera y vivifica.
La Eucaristía es el alimento definitivo que,
día a día,
nos fortalece en nuestro caminar hacia el Padre.
Señor Jesús:
Nosotros vamos caminando por la vida
acosados por las dificultades;
nos cansamos y desfallecemos,
pero tu pan eucarístico nos da fuerza
para seguir caminando hasta el encuentro con nuestro Padre.
Que nuestras calles y plazas
sean una prolongación de nuestros corazones
y nuestras vidas te acompañen
Cristo eucarístico,
en tu camino por el mundo entero.
Cristo, Jesús:
Danos tu Espíritu Santo
para que nos ayude a testificarte fielmente,
con obras y palabras,
día tras día, por los caminos de nuestra vida.
Amén.
6.- MISIÓN.
Señor Jesús:
El poder transformador del Espíritu Santo
Sobre los dones del pan y del vino que te presentamos
nos hace anticipar,
en la espera y en la esperanza,
la comunión plena con la Trinidad Santa.
Enviado por el Padre,
que escucha la invocación de la Iglesia,
el Espíritu da la vida a los que lo acogen,
y constituye para nosotros,
ya desde ahora,
las arras de nuestra herencia.
Vivir con intensidad este gran regalo de amor
nos debe llevar a diseñar un itinerario
para nuestro compromiso misionero.
Si vives en mí y yo en ti, Señor Jesús,
formando un solo cuerpo,
hemos de saber que el fin de esta comunión
es la comunión de los hombres contigo
y juntos con el Padre y el Espíritu Santo.
Cuando participamos en el sacrificio eucarístico
percibimos más a fondo la universalidad de la redención
y, consecuentemente,
la urgencia de la misión de la Iglesia,
cuyo programa se centra en definitiva ten ti mismo,
al que hay que conocer, amar e imitar,
para vivir en ti la vida trinitaria y transformar contigo
la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.
Tu cuerpo es entregado por nosotros…
tu sangre, es derramada por nosotros.
Estas palabras tuyas muestran
que tu has muerto por todos;
que el don de la salvación es para todos,
don que el pan y el vino hace presente sacramentalmente
a lo largo de la historia.
A este banquete y sacrificio están invitados
todos los hombres y mujeres del mundo.
Señor Jesús:
Que vivamos profundamente la comunión
para estar abiertos a la misión.
Cada domingo
nos convocas de nuevo como en el Cenáculo,
donde al atardecer del día primero de la semana
te presentaste a los tuyos para exhalar sobre ellos
el don vivificante del Espíritu
e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización
Que descubramos los lazos múltiples y variados
que se entrelazan entre nuestra particupación
en la Eucaristía con la evangelización..
Amén.
7.- CARIDAD.
Señor Jesús:
Deseamos recordar tus palabras:
«Quien come mi carne y bebe mi sangre,
habita en mí y yo en él.
Lo mismo que me ha enviado el Padre,
que vive,
y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí».
Participar en la Eucaristía
causa, pues, una doble inhabitación,
Tú, Señor Jesús, en mí y yo en ti,
y una compenetración que nos permite
ser como una prolongación o imagen transparente de ti:
Podemos decir
que no solamente cada uno de nosotros te recibe,
sino que también tu nos recibe a cada uno de nosotros...
En la comunión eucarística se realiza de manera sublime
que tú, Señor, y nosotros tus discípulos
"estamos" el uno en el otro:
Permaneced en mí, como yo en vosotros.
Y esta misma gracia nos exige esforzarnos
por seguir e imitarte,
para que tu palabra configure toda nuestra vida,
para que puedamos decir cada día con mayor verdad:
Ya no somos nosotros quienes vivimos,
Sino que eres tú quien vive en nosotros.
Participar en cuerpo y en tu sangre
nos capacita para imitar tu preferencia por los más pobres
y al mismo tiempo,
nos exige que sepamos descubrirte en ellos,
según tus mismas palabras:
«Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de éstos,
mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis» .
Cada vez que participamos sacramentalmente
de tu vida eucarística
recordamos
aquellas fuertes palabras de la literatura cristiana:
«¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo?
No lo desprecies cuando lo encuentres desnudo en los pobres,
ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda,
si al salir lo abandonas en su frío y desnudez‖.
Señor Jesús:
¿De qué serviría adornar la mesa del altar con vasos de oro,
si tu muere de hambre en nuestros hermanos?
Enséñanos a dar primero de comer al hambriento,
Y después con lo que nos sobre,
adornaremos tu mesa.
Señor Jesús:
Que cada vez que participemos en tu mesa
tengamos ojos abiertos para comulgar con los gozos y esperanzas,
alegrías y tristezas de los hombres de nuestro tiempo.
Que nada humano nos sea indiferente.
Amén.
1.- MISTERIO.
Señor Jesús:
La Eucaristía don entregado a los hombres
es ―misterio‖ para el hombre que se acerca hasta ti y te recibe.
Es el plan amoroso de Dios sobre los hombres,
manifestado y realizado en ti.
En tu entrega la noche de la Última Cena
te diste todo entero hasta la muerte y muerte de Cruz,
y contigo el Padre nos dio todo lo que podía darnos.
Cuando te recibimos entre nuestras manos
--nuestros ojos contemplan solo pan y solo vino—
nosotros que somos el cuerpo de Cristo
lo que recibimos es nuestro propio misterio.
Desde nuestro Bautismo estamos unidos
indisolublemente a ti
–en ti vivimos, nos movemos y existimos—
y cada Eucaristía refuerza esta unión contigo
y tu, Cristo glorioso que estás en los cielos,
y te haces presente en la Eucaristía,
ya no estás solo,
sino unido a todos tus miembros,
que somos nosotros, los hombres, tus discipulos.
Éste es el sacrificio de los cristianos:
Unidos a Cristo formamos un solo cuerpo.
Este es el sacramento tan conocido de los fieles
que también celebra asiduamente tu Iglesia,
y en el cual se le muestra
que en la oblación y en el sacrificio que ofrece,
ella misma se ofrece.
Tu, Señor, te entregas y nosotros nos entregamos,
nos entregamos mutuamente para ser «una sola carne».
Y eso es lo que ocurre entre tú y nosotros:
La Eucaristía, misterio de amor,
es la entrega mútua entre tú y nosotros,
y la entrega de los dos,
formando un solo cuerpo, al Padre.
Señor Jesús:
Este es el misterio de nuestra fe.
Amén.
2.- PAN Y VINO DE SALVACIÓN.
Señor Jesús:
La noche en que ibas a ser entregado,
tomaste pan
y, después de dar gracias, lo partiste y dijiste:
--Esto es mi cuerpo entregado por vosotros;
haced esto en memoria mía.
Igualmente, después de cenar, tomaste el cáliz y dijiste;
--Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía.
Desde entonces eres el novio de esta fiesta.
Nos sentimos dichosos de ser invitados
al banquete de bodas del Cordero.
Cada vez que nos acercamos a tu mesa
encontramos los creyentes el alimento
que ha de nutrir nuestra existencia.
Es cierto que la Eucaristía
-- presencia de tu cuerpo y sangre en nuestras manos--
es una comida compartida por hermanos
que se sienten unidos en una misma fe.
Es la unión contigo.
Es el alimento que sostiene toda nuestra vida.
Para subsistir,
el hombre necesita comer y beber.
Y este simple hecho,
a veces tan olvidado en nuestra sociedades satisfechas
nos revela que el hombre no se fundamenta a sí mismo
sino que vive recibiendo misteriosamente la vida de ti, Señor.
Nos entregaste todo lo que tú eres en ese gesto sencillo
de darnos un trozo de pan y un vaso de vino:
para levantarnos hasta ti.
Rebajamiento total:
Siendo Dios, te hiciste hombre
Y siendo hombre te hiciste simple materia.
Pan y vino fruto de la tierra y del trabajo solidario del hombre,
ellos nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos
somos un don misterioso
que ha surgido de las manos del Creador.
Señor Jesús:
Estamos perdiendo capacidad
para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano.
Sin embargo,
son estos gestos sencillos y originarios
--entregarnos tu pan y tu vino—
los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas,
que reciben la vida como regalo de Dios.
Brindemos con ellos.
Alcemos nuestra copa de salvación.
3.- ADORACIÓN.
Señor Jesús:
Tu presencia en la Eucaristía comenzó
con tu entrega en la Última Cena
y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Estamos en una actitud de adoración y silencio.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo
que nos comunicas,
queremos llegar al Padre
para decirle nuestro sí unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro…
Tu unes el cielo con la tierra
y tu amor se derrama en toda la creación.
Tú, Jesús, te hiciste hombre,
para reconducir todo lo creado,
en un supremo acto de alabanza,
a Aquél que lo hizo todo de la nada.
Tu Sumo y Eterno Sacerdote:
Al entrar en el santuario eterno mediante la sangre de la Cruz,
devuelves al Creador y Padre la creación entera,
creación redimida por ti.
Lo haces a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia
para gloria de la Santísima Trinidad.
Este misterio de fe devuelve a las manos del Padre
creador de todo, todo lo redimido por ti.
Verdaderamente te adoramos y te alabamos junto con los ángeles.
Que toda nuestra vida sea una constante bendición.
Él pronunció con amor nuestro nombre
desde toda la eternidad.
Él nos hizo existir desde la nada y nos mantiene
a cada instante en el ser,
nos hace crecer y nos conduce hacia la plena realización.
Entrando en tu intimidad,
queremos adoptar determinaciones
y actitudes básicas,
decisiones duraderas,
opciones fundamentales
según nuestra propia vocación cristiana.
Esta opción será nuestro mejor canto
a ese Amor de los amores
que nos posibilita tenerte entre nuestras manos.
Y gracias a ti, Señor Jesús,
nuestra capacidad de silencio y de adoración
se convertirá en capacidad de amar y de servir.
Amén.
4.- CELEBRACIÓN.
Señor Jesús:
Cada vez que tus discípulos nos reunimos
a realizar lo que nos encomendaste
en la Última Cena
efectuamos la humilde celebración de la gloria
de la Trinidad que resplandece
en los diversos caminos del hombre.
La Eucaristía es misterio de fe
y expresión principal de tu presencia
entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo:
Presencia humilde que está confiada
a esos signos sencillos y diarios del pan y del vino,
comida y bebida del más humilde los hombres.
La celebración de tu presencia,
Señor Jesús,
nos convoca en el ―señor de los días‖: El domingo.
Este día recordamos también el triunfo de tu vida
sobre la muerte,
acontecimiento central de nuestra historia.
Este es el día del Señor,
a él la gloria y la alabanza.
El domingo nos lleva
a fijarnos en la primera mañana del mundo y del hombre.
Dios mismo bendijo y santificó este día
porque en él descansó de su trabajo creador
y dirigió una mirada de complacencia
hacia la belleza de su obra.
Señor Jesús:
El misterio de cada Eucaristía
nos lleva al Misterio Pascual.
Éste es la revelación plena del misterio de la creación,
el vértice de la historia de la salvación
y la anticipación del perfeccionamiento definitivo del mundo.
En definitiva:
La nueva creación.
Lo que el Padre obró en la creación
y lo que hizo con su pueblo en el Éxodo,
encontró su cumplimiento
en tu muerte y resurrección;
aunque su realización definitiva sólo se descubrirá
cuando vengas en tu venida gloriosa
al final de los tiempos.
Por eso el día del Señor
se ha convertido en día de Cristo.
Haz que la Eucaristía que nos une cada domingo
constituya, conforme y alimente a la misma Iglesia.
Y el eco semanal
de la primera experiencia del Resucitado
lleve el signo de la alegría
con la que los discípulos acogieron al Maestro.
Que no confundamos la alegría
con sentimientos fatuos de satisfacción o de placer,
que ofuscan la sensibilidad y la afectividad por un momento,
dejando luego el corazón en la insatisfacción y la amargura.
Que cada Eucaristía nos eduque
para que hagamos de la vida una fiesta,
preparación y anticipo de la fiesta final
a la que estamos vocacionados.
Amén.
5.- PROCESIÓN.
Señor Jesús:
En el pan y vino entregado por ti
en la cena pascual,
nos entregaste tu Cuerpo y tu Sangre
para estar con nosotros todos los días,
hasta el fin del mundo antes de subir a una cruz de infamia.
Este pan y este vino es nuestro viático
como caminantes hacia la tierra y el cielo nuevo.
Tu pueblo de Israel vivía como esclavo en Egipto
y Dios decidió liberarlo.
Un día les mandó sacrificar un cordero por familia y comerlo,
para poder iniciar con fuerzas la gran marcha por el desierto.
Les mandó,
también que marcasen sus puertas
con la sangre del cordero,
para que el ángel del Señor no matara a sus primogénitos,
como iba a hacer con los primogénitos de los egipcios.
Ese fue, pues, el cordero de la liberación y de la vida.
Tí, Señor Jesús, también instituiste la Eucaristía
cuando los judíos se disponían a celebrar la Pascua
--fiesta anual que recordaba la liberación--,
y entregaste tu vida en la Cruz
cuando todas las familias judías
estaban matando los corderos para la cena pascual.
Con eso quisiste decirnos que tu eres el Cordero
que, con tu muerte,
nos da la verdadera libertad y la vida definitiva.
Y la Eucaristía es la cena pascual auténtica,
el maná que libera y vivifica.
La Eucaristía es el alimento definitivo que,
día a día,
nos fortalece en nuestro caminar hacia el Padre.
Señor Jesús:
Nosotros vamos caminando por la vida
acosados por las dificultades;
nos cansamos y desfallecemos,
pero tu pan eucarístico nos da fuerza
para seguir caminando hasta el encuentro con nuestro Padre.
Que nuestras calles y plazas
sean una prolongación de nuestros corazones
y nuestras vidas te acompañen
Cristo eucarístico,
en tu camino por el mundo entero.
Cristo, Jesús:
Danos tu Espíritu Santo
para que nos ayude a testificarte fielmente,
con obras y palabras,
día tras día, por los caminos de nuestra vida.
Amén.
6.- MISIÓN.
Señor Jesús:
El poder transformador del Espíritu Santo
Sobre los dones del pan y del vino que te presentamos
nos hace anticipar,
en la espera y en la esperanza,
la comunión plena con la Trinidad Santa.
Enviado por el Padre,
que escucha la invocación de la Iglesia,
el Espíritu da la vida a los que lo acogen,
y constituye para nosotros,
ya desde ahora,
las arras de nuestra herencia.
Vivir con intensidad este gran regalo de amor
nos debe llevar a diseñar un itinerario
para nuestro compromiso misionero.
Si vives en mí y yo en ti, Señor Jesús,
formando un solo cuerpo,
hemos de saber que el fin de esta comunión
es la comunión de los hombres contigo
y juntos con el Padre y el Espíritu Santo.
Cuando participamos en el sacrificio eucarístico
percibimos más a fondo la universalidad de la redención
y, consecuentemente,
la urgencia de la misión de la Iglesia,
cuyo programa se centra en definitiva ten ti mismo,
al que hay que conocer, amar e imitar,
para vivir en ti la vida trinitaria y transformar contigo
la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.
Tu cuerpo es entregado por nosotros…
tu sangre, es derramada por nosotros.
Estas palabras tuyas muestran
que tu has muerto por todos;
que el don de la salvación es para todos,
don que el pan y el vino hace presente sacramentalmente
a lo largo de la historia.
A este banquete y sacrificio están invitados
todos los hombres y mujeres del mundo.
Señor Jesús:
Que vivamos profundamente la comunión
para estar abiertos a la misión.
Cada domingo
nos convocas de nuevo como en el Cenáculo,
donde al atardecer del día primero de la semana
te presentaste a los tuyos para exhalar sobre ellos
el don vivificante del Espíritu
e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización
Que descubramos los lazos múltiples y variados
que se entrelazan entre nuestra particupación
en la Eucaristía con la evangelización..
Amén.
7.- CARIDAD.
Señor Jesús:
Deseamos recordar tus palabras:
«Quien come mi carne y bebe mi sangre,
habita en mí y yo en él.
Lo mismo que me ha enviado el Padre,
que vive,
y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí».
Participar en la Eucaristía
causa, pues, una doble inhabitación,
Tú, Señor Jesús, en mí y yo en ti,
y una compenetración que nos permite
ser como una prolongación o imagen transparente de ti:
Podemos decir
que no solamente cada uno de nosotros te recibe,
sino que también tu nos recibe a cada uno de nosotros...
En la comunión eucarística se realiza de manera sublime
que tú, Señor, y nosotros tus discípulos
"estamos" el uno en el otro:
Permaneced en mí, como yo en vosotros.
Y esta misma gracia nos exige esforzarnos
por seguir e imitarte,
para que tu palabra configure toda nuestra vida,
para que puedamos decir cada día con mayor verdad:
Ya no somos nosotros quienes vivimos,
Sino que eres tú quien vive en nosotros.
Participar en cuerpo y en tu sangre
nos capacita para imitar tu preferencia por los más pobres
y al mismo tiempo,
nos exige que sepamos descubrirte en ellos,
según tus mismas palabras:
«Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de éstos,
mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis» .
Cada vez que participamos sacramentalmente
de tu vida eucarística
recordamos
aquellas fuertes palabras de la literatura cristiana:
«¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo?
No lo desprecies cuando lo encuentres desnudo en los pobres,
ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda,
si al salir lo abandonas en su frío y desnudez‖.
Señor Jesús:
¿De qué serviría adornar la mesa del altar con vasos de oro,
si tu muere de hambre en nuestros hermanos?
Enséñanos a dar primero de comer al hambriento,
Y después con lo que nos sobre,
adornaremos tu mesa.
Señor Jesús:
Que cada vez que participemos en tu mesa
tengamos ojos abiertos para comulgar con los gozos y esperanzas,
alegrías y tristezas de los hombres de nuestro tiempo.
Que nada humano nos sea indiferente.
Amén.
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